«Los Reyes Magos de Florida»

Víctor Bardeci, de 80 años y su mujer Rita, de 83, fundaron en 2009 la ONG Unidos Para Ayudar, en la que fabrican artesanalmente autitos, títeres y rompecabezas para donar a escuelas y comedores comunitarios.

Por Patricia Núñez Vega*

Una tarde soleada de otoño llegué a Florida -barrio tradicional del partido de Vicente López- para entrevistar a Rita y a Víctor. Caminé por calles silenciosas de viviendas bajas de estilos arquitectónicos variados, árboles centenarios y veredas alfombradas de hojas de intensos tonos ocres y dorados. Florida es uno de esos barrios donde los postes de luz se ven cubiertos de flores y rodeados de pájaros. Podría haber seguido tranquilamente hasta la cercana costa del río, pero llegué a la casa de mis entrevistados.

La casa del matrimonio tiene dos plantas, colores claros, un jardín al frente y un volkswagen viejo en la puerta del garaje. Nada de lujos ni ostentaciones.

Víctor abre la reja muy confiado. Me sorprende su actitud campechana. Me da un apretón de manos y pasamos directo a la parte trasera de la casa. Nos instalamos en la cálida cocina con vista a un patio que parece un jardín: mucho verde, plantas, flores, cuidados arbustos y un pequeño árbol que da sombra.

– La cocina es el lugar donde más amo estar –dice Víctor.

Advierto su estilo personal en la madera omnipresente en cada rincón, en los mínimos detalles de recuerdos artesanales que descansan en los estantes: objetos bordados a mano, un reloj de madera, un portarrollo también de madera y figuras de colores. Hay olor a pan casero.

Llegué antes del horario pautado para la entrevista. Rita aún no volvió del Banco de Alimentos de Vicente López, donde enseña a coser a un grupo de voluntarias. Víctor me cuenta que ese espacio municipal está destinado a que la gente del barrio se familiarice con la producción artesanal, con el funcionamiento de un taller y, a la vez, se crea un lugar de pertenencia y participación.

Los ojos claros y la mirada franca de Víctor predisponen al diálogo. Comienzo a preguntarle sobre la principal actividad de la pareja: la construcción de juguetes para chicos carenciados.

Desde el taller, con amor

 

Víctor relata la historia desde el principio, cuando ambos comenzaron como voluntarios en el Banco de Alimentos de la zona, una ONG que busca reducir el hambre y evitar el desperdicio de alimentos: recibe alimentos dodados que clasifica y luego distribuye entre diferentes organizaciones sociales.

Rita y Víctor seleccionaban las donaciones y armaban las viandas para los comedores sociales de miles de niños carenciados. Merced a su observación, un día se dieron cuenta que a esos chicos les faltaban juguetes. Víctor, sin dudarlo, se puso manos a la obra. Como arquitecto jubilado, contaba con una gran ventaja: la habilidad de sus manos. Y así, la pareja fundó UPA (Unidos para Ayudar), un emprendimiento de fabricación casera de juguetes para chicos que concurren a comedores comunitarios y jardines, y no poseen juguetes. Me aclaran que UPA está en vías de convertirse en una Asociación Civil.

Víctor construye en madera: resistentes autitos de colores brillantes, camiones, rompecabezas y juegos didácticos. Rita cose muñequitas con telas de algodón, impecables, para armar títeres multicolores que contarán historias. Juguetes que pueden llegar a, por ejemplo, escuelitas norteñas de Tilcara y La Poma, una con 15 alumnos, otra con siete alumnos.

Los espacios de trabajo están dentro de la casa y son dos: un tallercito muy ordenado armado en el garaje y una larga mesa de fórmica en la cocina, donde se ve la máquina de coser, siempre lista para las prolijas puntadas de Rita. Trabajan en esta casa que construyeron ellos mismos; Víctor, Rita y los hijos, con sus propias manos.

Rita llega puntual y se suma a la charla. Se la ve encantada: están acostumbrados a las entrevistas. Víctor prepara un riquísimo mate.

Conversamos con Rita sentadas a la mesa de fórmica. Puedo ver fácilmente su personalidad por las sinceras respuestas. Es muy espontánea, abierta, siempre sonriente. Tiene el pelo corto y canoso, es más baja que Víctor; brillan sus pequeños ojos expresivos, de mirada luminosa. Sus manos sobre la mesa, siempre abiertas, acompañan las palabras mientras me cuenta de su gran protagonismo, de su actividad, de coser con una máquina que nunca para. Todo lo hace ella.

-Nadie sabe coser, hay mala confección y los precios son muy altos –se queja.

Entre mate y mate, Víctor acaricia con visible ternura los hombros de su esposa.

-Rita es oro en polvo.

Ellos, con miradas cómplices, llevan sesenta años juntos.

De Florida a Mozambique

 

Hablamos de sus familias, de sus infancias, de hermanos que ya no están, de la educación rigurosa y tradicional que recibieron y trasmitieron y que, sin embargo, sus hijos agradecen.

Víctor cursó la secundaria en las Escuelas Raggio. Casado y ya con hijos, trabajaba de día y estudiaba de noche en la Facultad de Arquitectura, mientras llegaban más hijos.

–La materia que más me gustaba era Historia, pero para entrar a la Facultad necesitaba aprobar Filosofía, que nunca había estudiado. Me compré un libro y aprendí solo, sin maestros, con perseverancia.

Víctor recuerda a su papá, un inmigrante vasco con poquísimos recursos económicos que llegó a Argentina con tercer grado de instrucción y llegó a ser gerente de la fábrica industrial IMPA, metalúrgica que ya no existe.

-Ojalá fuera como mi viejo.

Víctor admira a Favaloro y tiene como lema el comentario: “Aquel que haya estudiado en escuelas públicas, debe devolverle al Estado esa inversión”.

-En mi vida nunca me faltó nada, pero tampoco me sobró. Esta casa es lo único que tengo y el auto es a medias con mi hijo. No me hace falta nada más. Pudiendo vivir, subsistir basta.

Cuenta que para la Navidad del 2017 le llevaron sus juguetes a un pastor evangélico que distribuía alimentos y ropa en barrios carenciados y zonas de inundaciones y otros desastres naturales. Sin que ellos lo sepan, tiempo después, el pastor fue a misionar a África. Un día, Rita y Víctor recibieron una foto de una chiquita de Mozambique con una sonrisa enorme abrazando sus juguetes artesanales.

-En julio el pastor vuelve a África y quiere llevar más juguetes –cuenta Víctor ilusionado. ¡Queremos llenar valijas!

Ellos no piden nada pero necesitan todo. Algunos vecinos les acercan elementos útiles. También hay personas que luego de conocer su historia a través de notas en diarios, revistas y canales de televisión, se acercan espontáneamente para donar lo que saben les puede ser útil: una caja de géneros de distintos colores y texturas, botones, cierres, hilos de colores, una impresora sin cartuchos para no gastar. Lo que ellos deshechan, una voluntaria lo lleva a un hogar de monjas que les dan buen destino. Otra voluntaria viaja desde Caballito a buscar el material para pintar láminas de animales que serán rompecabezas. Con mucho esfuerzo, van sumando voluntarios que trabajan desde sus casas. Y Víctor siempre busca con mirada atenta, al caminar por las veredas de Florida, algún objeto caído que pueda transformar en un juguete.

En nueve años de trabajo, llevan entregados aproximadamente 9.000 juguetes. Pero recuerdan con particular emoción una entrega que fueron a hacer personalmente en un comedor, para conocer las caras de los destinatarios de sus trabajos. Al ver a la pareja de artesanos, los chicos se pusieron de pie y los comenzaron a aplaudir espontáneamente.

Antes de irme, descubro unos maravillosos cuadros de arte francés, técnica decorativa que domina Rita. Le saco una foto a uno.

Los activos anfitriones me despiden. Y me voy por las calles de Florida pensando que en ningún momento me hablaron de dolencias físicas, Tampoco noté un tono nostálgico del pasado. Ni advertí ansiedad por su futuro. Rita y Víctor viven el presente que eligieron, firmes como robles, con su numerosa familia de hijos, nietos y bisnieta.

Gracias Rita y Víctor. ¡Qué ricos mates compartimos!, tuve una inolvidable experiencia para compartir y atesorar.

 

Quien escribe

 

Patricia Núñez Vega

Nací un 6 de noviembre y soy la última de seis hermanas. Vivo en Buenos Aires, dónde nací  y me crié, donde transcurrió toda mi escolaridad, mi primer trabajo y mi casamiento. Quería ser astronauta y fui azafata, hasta que el nacimiento de mi primer hijo me trajo a la tierra para el trabajo más apasionante: ser mamá. Soy reflexiva, curiosa, creativa y sensible. Busco la coherencia y siempre prefiero la verdad.

Me inicié en el voluntariado en 5° grado de la primaria, cuando me uní a la Cruz Roja Internacional. Y ya no paré: fui girl scout; trabajé en el Patronato de la Infancia, en el colegio de mis hijos armando equipos de delegadas, kermeses, sorteos, viajes; fui voluntaria en el Hospital de Clínicas y organicé innumerables eventos para recaudar fondos. Además soy periodista y docente y ahora vuelco mi entusiasmo en este nuevo desafío en la Fundación Navarro Viola.