«Bitácora de aislamiento»
La voz mayor de hoy nos regala un pedacito de mar. Desde Mar del Plata, Silvia narra cómo vive y siente estos días que, según ella, son “muy parecidos a los de muchos de ustedes”. Te invitamos a nadar en sus palabras y a ser testigo de un pedacito de su… “bitácora de aislamiento”.
Minibio
Nací en CABA unos días antes de que comenzara el invierno, pertenezco a la generación baby boomer. Desde que tengo memoria estuve rodeada de arte. Libros y cuadros acompañaron mi niñez y adolescencia. Mi madre, su padre y hermanos trabajaban en una editorial ya desaparecida. Ellos, cartógrafos todos, regresaban a su casa cargados de libros que leía ávidamente.
Me casé, tuve hijos, y seguí leyendo. Un día nos vinimos a vivir cerca del mar, comencé a escribir, me jubilé, y me hice voluntaria. Gradualmente me reencontré con el Arte en todas sus variantes. Fui parte de MultiplicARTE un proyecto que me acercó a la Fundación Navarro Viola y me permitió formarme como Comunicadora Cultural en el Museo MAR. Integro el grupo de la ACAM (Asociación Cultural de Arte en Movimiento). Me perfecciono realizando talleres, seminarios y cursos sobre Historia del Arte, Literatura, Periodismo, y Narrativa en la Universidad Atlántida. Soy miembro de Creando RED; colaboradora en narrativa de la sesión Féminas en un blog Español, y participé con mis cuentos cortos cortos y microrelatos en dos libros grupales ya editados. Sigo ligada a la Fundación Navarro Viola que me permite seguir colaborando y ser parte de diferentes proyectos que me nutren y me forman.
Bitácora de aislamiento
Desde la costa, a orillas del mar, les comparto algunas notas que he tomado de mis primeros 120 días de cuarentena. ¿Cómo los viví y sentí? supongo, que muy parecido a muchos de ustedes.
Alrededor de las 20.30hs, el presidente anuncia por cadena nacional que como medida precautoria para protegernos del Coronavirus, el país a partir de la cero hora del viernes 20 de marzo de 2020 entra en aislamiento.
-Sonamos, ya es muy tarde, son más de las nueve de la noche, está todo cerrado. ¿Qué hacemos, dónde vamos? Tengo vacía la heladera. No tengo un peso. Estoy sin remedios, la semana que viene tenían que entregarme las recetas. ¿Y todos los turnos médicos, y los estudios que tengo dados?-.
Con todos estos interrogantes y más…comienzo la cuarentena.
Se inicia el caos. Los supermercados colapsados. Todos amontonados, ¿desabastecimiento o locura de guerra?
-Las góndolas vacías no encuentro nada. ¿Tendría que haber venido a comprar a las 7 de la mañana? seguro a esa hora ya había cola-.
Guantes, barbijos, alcohol en gel desaparecidos; tanto en farmacias como en supermercados. Donde los encontrás impera la viveza criolla: un barbijo que costaba $10 y te sirve para 3hs te lo venden a $90 o más. Lavandina, desinfectantes, papel higiénico, detergente y servilletas, brillan por su ausencia, si los encontrás valen fortunas.
Compro lo que encuentro y a encerrarme. Al llegar a casa comienza el proceso de desinfección, un tema que merecería un capítulo aparte, por lo exhaustivo, desgastante, cansador y angustiante.
Debo desvestirme completamente, lavar lo usado, ducharme, enjabonarme bien, prestando especial atención a mí rostro y mis manos. Limpiar zapatos, picaportes, llaves, tarjetas de crédito, celulares. No sé qué hacer con los papeles. ¿Qué hago con los tickets, recibos, facturas?, ¿los lavo?, ¿qué hago con el dinero, cómo lo desinfecto? Si lo mojo se mancha, se destiñe, se borronea. ¿Y las monedas?, ¿las sumerjo en lavandina?. Seguro se me pasó algo.
Ahora la mercadería. Limpio cada artículo con una rejilla humedecida en lavandina, tienen tantas rebarbas, dobleces, recovecos que pierdo varios minutos con cada uno. Los que son de papel o cartón como el arroz, la harina, las gelatinas, ¿qué hago? ¿los humedezco?.
Una hora y pico después la casa está llena de mercadería a la espera de que se airee y seque para ser almacenado donde corresponde. Totalmente agotada física y psicológicamente, me doy cuenta que lo que compré sólo es suficiente para unos días, y que muy pronto deberé exponerme nuevamente.
Al tercer día de aislamiento me doy cuenta de que quedarme en casa no me molesta. Al contrario, me encanta. Me cansan los rituales, los actos repetitivos. El estar pendiente de todo. Lavado de manos, una, dos, quince, veinte veces por día. Todos los habitantes de la casa con un TOC contagioso.
A la semana de aislamiento, como todas las noches a las 21:00 comienzan los aplausos. Desde una de las torres del complejo que está a una cuadra, uno de los vecinos, por unos parlantes, comparte el himno. Desde todos los balcones se aplaude y se canta. Aplaudimos agradeciendo a nuestros médicos, a nuestros investigadores y científicos. A todo el personal del área de salud. Y lo extendemos a todos los policías, gendarmes, al personal de nuestras FFAA que protegen y patrullan las calles y fronteras. Y a todos los que día a día salen a trabajar para que podamos comer, trasladarnos y seguir. Por todos ellos que se arriesgan, se comprometen y se exponen trataré de no quejarme tanto. Los determinados procesos que debo repetir constantemente, después de todo, son para protegerme. Todas estas personas que nombré también tienen familia, y les encantaría estar en casa.
Al décimo tercer día -¿o tengo que descontar cuando salí, y volver a cero?-, no digo que me acostumbré. Tengo altos y bajos. Aprovecho para ordenar, leer, escribir, ver películas, conversar con los míos, hablar conmigo misma.
Pero, ¡alto! Así no es. Todo lo que menciono, yo ya lo hacía. Además de salir, pasear, correr. Entonces me preguntó, además de protegerme y proteger, ¿qué provecho, beneficio, aprendizaje me está dando este aislamiento?
Covid-19 espero no pasés por mi vida en vano. Lo que resta de este aislamiento forzoso y consciente, hasta que logremos desintegrarte y liberarnos, lo transformaré en sabiduría, en enriquecimiento personal. Lo he decidido.
Casi 120 días de aislamiento. Todas las emociones negativas me alcanzaron: Miedo, ansiedad, desesperanza, depresión, ira, tristeza. Van y vienen. También: Esperanza, optimismo, alegría, gratitud, admiración, inspiración y AMOR.
¡Hasta ahora van ganando las últimas!
Silvia DeVito (68)
Mar del Plata – Buenos Aires
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