«Abu feliz»

Hoy te traemos una historia fascinante. La vida y el relato de Ana Celina Sancho Quesada, nacida en Costa Rica que recorrió el mundo y desde 1977 vive en Argentina. Te invitamos a recorrer a través de sus palabras un mundo pleno de anécdotas, colores, de familia, paisajes, experiencias y enseñanzas .  A disfrutarla.

 

Ana Celina es mi nombre de pila, Sancho Quesada, mis apellidos. Tengo 69 años. Nací en Palmares, un pueblo pequeño en Costa Rica.

Mis padres procrearon 15 hijos. Catorce aún vivimos y como siempre, muy unidos.

Estudié en mi ciudad natal, luego, hice el secundario como pupila en un colegio de monjas en otra ciudad. Después de terminarlo, mi ingreso a la universidad se vio frustrado, a causa de un viaje.  Me recibí de secretaria bilingüe, y trabajé pocos años en mi país. Habiendo heredado el espíritu viajero, de mis padres, me fui al viejo mundo a probar suerte. Trabajé en España y en Suiza. Luego, en Brasil. En un viaje conocí a mi esposo, Giovanni, italiano, que vivía como tantos otros, en Argentina. Y pronto me trajo a vivir a Bahía Blanca, en 1977.  Tuvimos cuatro hijos.  Ahora tengo siete nietos, una en el cielo; junto con mi esposo, quien partió antes de conocerlos.

                                       

Abu feliz

 

Siendo tantos hermanos, crecimos con muchas limitaciones, pero nunca nos faltó comida. Y qué alegría teníamos siempre… Y cuántas anécdotas.

La ropa, los vestidos de baño (mallas), el bulto (mochila para llevar los cuadernos) y hasta algunos zapatos, pasaban de uno a otro. Los textos de la escuela no cambiaban cada año, usábamos el mismo libro de lectura; y en el colegio, igual, los textos y los conocimientos pasaban del mayor al siguiente.

 

Papá procuró darnos buenos libros.  Recuerdo una enciclopedia, que imagino le habrá costado mucho sacrificio, era nuestro Google. La teníamos que cuidar muchísimo, tanto, que la consultábamos y la volvíamos a su lugar.  Aún hoy, después de 60 años, está usada, pero con su caja original.

Además, teníamos tareas que hacer en la casa, todos teníamos que colaborar.

 

Los juegos, estaban a la orden del día.  Por lo general, los varones jugaban juntos y las nenas (cinco),  aparte, pero no siempre era así.  Todo el barrio éramos uno solo.  La casa de ellos era nuestra y viceversa.  Los vecinos eran parte de la familia. Y nadie se quejaba.

 

Una vez, mamá, siempre muy ocupada con las tareas del hogar, dijo, a la hora de rezar el rosario (algo que hacíamos religiosamente cada noche): “Todos los que no son de esta casa… ¡Se van! Vamos a rezar y es muy tarde”.  Y nadie se fue. No había nadie ajeno a la casa. En otra ocasión, empezó a temblar, y mis hermanos corrieron a decirle: “mamá, mamá, está temblando” (muy común en Costa Rica) y ella contestó: “Bueno, bueno yo no tengo tiempo de estar en esas `majaderías´ (tonterías).

Y así historias, anécdotas lindas y osadas, peligrosas, felices, tendría para rato.

 

Este año 2020, tan particular, que ha cambiado la vida a todo el mundo, puedo contarles otro tanto.  Últimamente, me había dedicado a pasar un tiempo en Costa Rica y otro en Bahía. Justo el año pasado decidí que me iba a quedar aquí, para compartir más con los nietos, y festejar con los que cumplen años en invierno.  Como uno propone y Dios dispone, páfate, me cayó la cuarentena.  Y ni modo: abuela, alto riesgo, sola aquí me tuve que encerrar.

Desde el primer momento me dije:  bueno voy a aprovechar, tengo muchas cosas postergadas, es el momento para hacerlas. Telas que había ido trayendo con la ilusión de coser a los nietos; piedras que deseaba pintar y nunca tenía tiempo; tejer al croché, para no olvidarme. Y escribir, no lograba escribir, y leer, menos. Y otras cosas más.

Empecé por arreglar los placares y seleccionar lo necesario.

 

Pero hubo algo que me ayudó mucho, me apegué a Radio María. Ahí encontré compañía y más acercamiento a Dios.  Y gracias a ella, me he contactado con personas maravillosas: primero Puenteclown, impagable su ayuda. Luego Verónica Corti, con: Estimulación Cognitiva.  Ivana Alochis, me proporcionó los regalos para mis nietos: libros. Y algo que estaba llamando a gritos, apareció, Graciela Ramos y su Taller de Escritura. Esto llena mis días, que se me hacen cortos, muy cortos.

 

Mis hijos me traían el “diario” (los comestibles y artículos necesarios para la casa).  Me los dejaban en la puerta y a lavar todo con lavandina. Mi nuera me hacía trámites para buscar los medicamentos. Pasé 75 días sin salir absolutamente para nada.

Y no me dejé atormentar, nunca tuve miedo, ni me sentí sola; nunca me deprimí y hoy sigo igual.  Sí puedo decir, que tengo muchísimos deseos de abrazar a mis nietos y los extraño.  A los que viven aquí en Bahía, los veo de lejos y a dos, que están en La Pampa, sólo por videollamada. Ahora son ellos los que me invitan al zoom hasta la más peque que me dice “Abu nos cambiemos a sun”.

 

Hubo algo más, creo que fundamental.  Los sobrinos, en total 43 y sobrinos nietos, casi la misma cantidad,  organizaron un zoom y nos conectaron. Luego hicieron otro zoom para enseñar a los tíos cómo usarlo.  Fue genial.  A los pocos días,  un “Té de Canastilla”, para tres sobrinas nietas que esperaban bebé.  Nos juntamos 42 personas.  Más tarde llegó Webex, Google Meets, y Messenger. Ni que hablar del WhatsApp.  Ahora, tengo reunión con primos a las 9 de la noche, todos los días. Con los hermanos después, y con la diferencia horaria (tres horas), termino siempre de madrugada.

Así, asistimos al funeral de una cuñada en Tampa, USA y “misas de cabo de año” de familiares.  Todo esto ha hecho que mi vida social sea más intensa.

La tecnología, para bien, nos permite mantener la unión que siempre hemos tenido.

Soy una Abu feliz, muy feliz.

 

Ana Celina Sancho Quesada (619

Bahía Blanca – Buenos Aires

 

 

Si querés saber cómo participar, te invitamos a leer más acá. ¡Esperamos tu texto!