Rosa Secotaro es una mendocina de 67 años que participó de uno de nuestros talleres junto a su hija, Andrea Álvarez. Rosa invitó a Andrea al taller y Andrea fue quien nos envió su historia, una vez finalizado. Estas son las vivencias que enriquecen el Registro Federal de Vivencias y Saberes que llevamos adelante La Fundación Navarro Viola y El Club de la Porota. Te invitamos a leer esta vivencia que surge del entramado de la vida y la maternidad.
A veces me siento, mate en mano, a mirar por la ventana de la cocina. La cordillera de fondo, desde mi vista, y en primer plano la finca en donde viví muchos de los mejores años de mi vida y me pregunto: “¿en qué momento pasó el tiempo?”. No lo hago con nostalgia, sino con asombro. Quizás fue la pandemia la que me hizo dimensionar que el tiempo cada día pasa más rápido. Las horas vuelan, el minutero corre como en una competencia, a pasos agigantados. Entre sorbo y sorbo pienso que estoy muy satisfecha con la vida que viví. Si bien eran otras épocas, y quizás uno no tenía la libertad que tenemos hoy en día, pude adueñarme de mi tiempo.
Me casé muy joven, y mi hija siempre me dice que fui una afortunada porque me casé con mi primer amor. A veces pienso que quizás tenga razón, porque nunca pensé que iba a estar hoy a su lado, después de 50 años de matrimonio. Siempre recuerdo cómo lo veía por la ventana, día a día, cuando pasaba a trabajar porque era contratista en la finca en donde yo vivía. Para mí, era mi amor platónico, ese amor que uno no espera tener. Él era mucho más mayor que yo, y yo tan sólo era una niña, pero algo dentro mío me decía que podía llegar a existir una oportunidad. “La esperanza es lo último que se pierde”, dice el dicho, y tenía mucha fe de que sí lo fuera. Hasta que pasados años, esa oportunidad llegó, estuvimos un año de novios, nos casamos, y acá estamos juntos.
Tuvimos que pasar por muchos pesares. Él enfermó de cáncer justo cuando nuestra hija menor tenía apenas dos años, en aquel entonces se usaba la radioactividad y no se podía acercar nadie a él. Quiźas diganme loca, kamikaze o lo que quieran, pero yo a ese “loco” lo amaba y no podía dejarlo solo en esa cama, así que la única que entraba a verlo era yo, y le mostraba los niños desde la puerta. Fueron tiempos difíciles, pero él me prometió que no me iba a dejar sola, que iba a salir adelante por esa niña que aún había que criar. Así vencimos al cáncer, por nuestros niños y por nuestro amor. Ahí conocimos lo que era la fuerza, el coraje y que nunca íbamos a bajar los brazos. A base de sacrificio pudimos vivir muchos momentos juntos. Recuerdo que nuestra luna de miel fue en San Luis, en aquella época se usaba el tren… horas y horas viajando, pero en aquel entonces el tiempo no corría tan rápido.
Soy italiana de ascendencia, por lo que, soy de una familia muy numerosa. Tengo muchos primos y tíos, así que los festejos no faltaban, si no cumplía años uno, era el otro y sino algún que otro aniversario o algún carneo, siempre había una excusa para festejar. Son tiempos que tengo muy marcados en mi corazón porque aún no habían tantas sillas vacías y los niños eran chicos. Había muchas sonrisas, algo que me caracteriza porque me río fuerte. Mis sobrinos me reconocen por la risa cuando llego a algún cumpleaños: “Ahí viene la tía Rosa”, dicen.
Mis días se pasan rodeada de mis animales y mis plantas. Soy muy aficionada a las plantas y es algo que ha heredado mi hija, que cuando viene (ella vive en otra provincia) hace un tour por el jardín buscando llevarse recuerdos. Disfruto de verla crecer y elegir plantas como yo. Una vez también lo hice con mamá. Me gusta mucho hacer todo casero: comidas, postres, pan, tortas. Hago conservas, salsa, dulces de lo que encuentro. Sé de corte y confección. Hace un tiempo tomé más en serio algo que venía haciendo cada tanto. Se volvió parte de un disfrute, mientras me siento a ver mis novelas en la siesta, empecé a tejer cada vez más seguido. Soy muy creativa y desde que mi hija me enseñó a usar YouTube vivo buscando modelos para hacer, aprendo fácil porque me gusta mucho. Hace poco me animé al crochet y mi hija y mis sobrinos son los más malcriados, mientras espero que lleguen los nietos… a esta edad a una ya le empieza a tocar el bichito de ser “abu”.
El tiempo no duele ni pesa si sabés vivirlo, y lo más importante de todo es que, al mirar atrás, sonrías por todo lo vivido y que tu niña interior nunca deje de jugar y soñar. Agradecer de estar vivo, hoy más que nunca, y ser siempre positivo es mi saber. Desde hoy las agujas de mi vida tendrán más lana enredada para seguir tejiendo el tiempo.
Rosa Secotaro, 67 años, Maipú (Mendoza)