«La vida, un camino»

En la decimo sexta voz mayor, Omar no se privó de nada en la vida. No retaceó emociones y se dejó sorprender por cuanto se puso al frente.  Pasó de la Bonaerense a Tosco, de Buenos Aires a Córdoba, del Operativo Sol al amor, de la informática al arte, de la adultez a la vejez. Cada cosa la vivió y la vive con una mezcla de naturalidad y conciencia al mismo tiempo. Te invitamos a conocer su historia, a transitar en estas líneas, su camino. 

 

La vida, un camino

Soy Omar Morosi y vivo en Córdoba. Tengo 70 años. Dicho así no parece nada extraordinario. Pero mirando para atrás es increíble. Por mi y nuestra vida pasaron golpes de Estado, movimientos revolucionarios, represión indiscriminada, una guerra, hiperinflaciones, hipercorrupciones… Y de punta a punta, crisis y decadencia permanente. En el mundo, el cambio social, político y tecnológico más veloz y drástico de la historia de la humanidad.  Y encima, la pandemia.

 

Todos sabemos esto, pero dicho de corrido parece inabarcable para una sola vida. Asombra nuestra capacidad de resistencia y adaptación.

En ese contexto debimos vivir. Y en estos días que nos llevan a la introspección, recordamos nuestra historia individual.

Nací y viví hasta los 17 años en dos pueblos del interior de la provincia de Buenos Aires. Como en una novela de Manuel Puig. A los 18 era oficial de la Bonaerense en La Plata. Un año en una comisaría y tres en el cuerpo de Bomberos. Comencé Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de La Plata.

En 1972 Operativo Sol. Y voy como refuerzo a Mar del Plata. Allí me encuentra un amor de verano con una cordobesa que ya va durando 48 años y me trajo a Córdoba. Además del amor otras cosas me hicieron venir aquí. El vibrante ambiente político y cultural. Simpatizar con la Izquierda, Tosco, Salamanca,  Atilio y sus arengas, que ponían la piel de gallina. Las peñas en Alberdi, Cognini y Hortensia, Posdata y Córdoba Va. Y las Sierras increíbles para un bicho de las Pampas. Muy rápido cambié la tonada y me nacionalicé cordobés.

Después vino la noche y por suerte zafamos. Perdimos amigos y conocidos, se nos destrozó la esperanza.

Me recibí en la UNC, y me dediqué a la informática. Estuve 40 años en la misma empresa. Sin fanatismo por lo que hacía, pero con desafíos, compensaciones y experiencias interesantes.

Mientras tanto, vivíamos. Una familia todavía unida y tres hijas. Costó, pero fue y sigue siendo hermoso. La tarea y el disfrute no se acaban, ya tenemos 3 nietos.

Temprano llegué a la conclusión que la vida no debía ser un destino, un punto de llegada, sino un camino que recorremos entrando en cada desvío. Hacer lo que a uno lo entusiasma en un momento, tener vivencias distintas que nos enriquezcan, aunque sean tristes, difíciles o aún dramáticas.

Mis pasiones culturales son la música, sobre todo jazz, teatro, libros, arquitectura, fotografía y lo máximo el cine, del bueno si es posible. Actividades, intentamos varias hasta que llegó el Ensamble Creativo del Museo Ferreyra, que hoy nos permite expresarnos y producir en un ambiente que nos motiva y nos contiene.

La otra gran pasión son los viajes de naturaleza o cultura. Conocer las sierras hasta el último rincón, recorrer casi todo el país, y bastante del exterior.

Hoy en mi retiro laboral, sigo buscando. Construimos una nueva casa, más grande y cómoda, cerca de nuestras hijas. Nuevos amigos y otras experiencias en otro lugar. Y allí un nuevo entusiasmo, las plantas, que adornan la vida y llenan las horas.

¿La vejez? Es parte de lo mismo, llega de a poco y casi no se nota, salvo un poco en el cuerpo. Toda una experiencia poder vivirla y convivir con ella. Lo más naturalmente posible. Aprovechar sus ventajas y enfrentar sus problemas.

Aun en la Pandemia, y también cuando termine, pienso seguir en el camino que se hace al andar – muy sabio Machado- por el tiempo que me quede y mientras el cuerpo aguante.

Cuando no se pueda más, recordaré cada curva de la ruta y diré como Neruda: “Confieso que he vivido”.

Omar Morosi (70 años)

Córdoba Capital

 

 

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