«A los 90 me estoy organizando»

Magdalena siente que a sus casi 90 años, “recién estoy empezando a organizar mi vida, estoy más en mi centro –suspira-, he estado muy distraída…”. Sus 90 no parecen pesarle, por el contrario, se entusiasma con los proyectos futuros: “A cierta edad, percibimos mejor la fugacidad de las cosas, ahí tenemos que tener una actividad, ¡un quehacer que nos apasione!”.

Por Marily Saguier*

Conocí a Magdalena D’Onofrio la noche de la presentación de su último libro de poesía. Le faltaban pocos días para cumplir 90 años. Nos había puesto en contacto una amiga en común que me habló de ella, su actividad literaria y la tragedia que había sufrido hace unos años: la repentina e inesperada muerte de un nieto de 29 años, con el que mantenía un vínculo muy especial. El libro de poemas que presentaría esa noche, estaba dedicado a él.

Había hablado por teléfono con ella y le comenté la posibilidad de la entrevista. Su voz era joven, transmitía algo que sentí hondamente vital. Accedió a la entrevista y me invitó a la presentación de su libro. Esa noche, cuando la vi entrar al cálido y “literario” Bar Lavalle, aunque nunca la había visto, supe inmediatamente que era ella. Su aspecto evocaba esa voz del teléfono. Todo fue precioso esa noche: el lugar y la forma en que todo estaba dispuesto, las palabras de la editora, las de quienes presentaron la obra, las pequeñas poesías que se leyeron, las palabras sencillas de Magdalena.

Acordamos una próxima cita para conversar tranquilas. Como vive en Merlo, en lo que alguna vez fue un barrio de antiguas quintas, para facilitar el encuentro decidimos que haríamos la entrevista en lo de nuestra amiga común, en Belgrano.

Llegó espléndida, haciendo gala de una vitalidad intensa y seductora. Inmediatamente, la siento cálida y próxima, contenta frente a la posibilidad de la entrevista. Desde el inicio de la conversación, parece tener clara conciencia de que su vida es algo inusual, “una vida novelada”, dice.

Las referencias que comparte conforman, sin duda, una novela que valdría la pena ser escrita. Distintas circunstancias familiares hacen que viva con su padre y los hermanos de éste, desde los dos años. Con una holgada posición económica, desde chica es alentada a toda clase de lecturas: “Eso fue la salvación”, señala.

Más tarde, la formación en Letras, en la UBA, con maestros como Borges, amistades familiares como la de los Fernández Moreno; el ambiente del mítico Bar Florida, de Viamonte y Tucumán, donde se reunían las distintas vanguardias de la época; la presencia de Alfredo Palacios iluminando la política nacional, todo eso lo recuerda como “una época dorada”, de descubrimiento y asombro. “Nadie hablaba de dinero entonces”, dice, “estábamos en otra cosa. Hoy, me siento decepcionada por la falta de espiritualidad, parece que sólo importa el dinero”.

Si bien se reconoce “solitaria”, también su vida sentimental ocupó un lugar importante, fue “algo fuerte en mi vida”, señala. Sin embargo, los hijos, la vida cotidiana, los distintos trabajos, no le impidieron escribir: “Antes en cuadernos, después en mi Olivetti, ahora en la compu”. Su lugar preferido para hacerlo es el dormitorio, frente a una ventana que da al jardín que ama: “no es muy prolijo, sino más bien enmarañado. Con grandes árboles frondosos y enredaderas de más de 90 años”.

Dice que para escribir no tiene una disciplina muy estricta: “Mi visión es poética, prosa escribo bien y lo hago de manera más sistemática, pero mi visión es poética”, y confiesa: “ El poeta evoca desde una palabra que aparece, es algo que ocurre de repente, es un estado especial, es una necesidad, algo misterioso… No es un camino fácil, y se sufre, porque no se puede siempre…. Es un trabajo interior, de evolución del ser. ¡Por eso a los 90 se puede escribir mejor! Te has depurado, te podés expresar mejor, sos más libre.”

A pesar que ya desde muy joven publicó en diarios importantes, revistas, y antologías poéticas, a pesar de los seis libros que ha publicado, sostiene que: “Nunca me la creí”. Afirma que siempre tuvo una vida retirada de lo literario, y si conoció mucha gente del ambiente “fue de casualidad”. “Tampoco – dice-, fui una rata de biblioteca, ¡me gusta el mundo!”, y hace un gesto coqueto y los ojos le brillan, pícaros.

Con sencillez, nos cuenta que la muerte de su nieto, que también escribía y amaba la poesía, fue algo que le cambió la vida: “Ahora tengo otra visión”.

Sin dudarlo, reconoce que los adultos mayores atraviesan múltiples cuestiones complejas, que ciertamente pueden resultar dolorosas: “Por eso, a esta edad hay que inventarse intereses nuevos, apelar a los recursos internos que tenemos. Si se mantiene tu cerebro, si se mantiene tu interés… ¡se abre un mundo!”.

A ella, la literatura la ayuda: “leo mucho y también me gusta volver sobre lo leído en otros momentos de la vida. Ahora quiero escribir una novela con la historia de mi vida. ¡Ya tengo todo listo! También quiero publicar algunos relatos cortos. ¡Y me encantaría mejorar mi inglés para leer a los escritores y poetas ingleses en su lengua! ¡Y retomar el piano! Y…”.

 

Marily Saguier

Nací en Buenos Aires, a mediados del siglo pasado y desde que tengo memoria me desvela la enigmática presencia del otro, de “los otros”, quizás por eso es que soy socióloga y psicóloga social. Pero eso fue “en mi primera vida”. Poco a poco, mi interés, mi vocación por la belleza fue ganando terreno, y las actividades vinculadas al mundo del arte fueron ocupando el centro de mi actividad.

Haber sido elegida para realizar una pasantía de seis meses en el MALBA fue decisivo. A partir de allí, ver arte, leer, estudiar, compartir con otros mi pasión, se volvió prioritario.

“Inventar” una visita de arte, pensarla, diseñarla y ofrecerla a grupos, de diferentes perfiles, me resulta fascinante. Me gusta sentir que mis visitas son una fiesta, para mí y para los otros.

En esas visitas, mirar, sentir, pensar juntos, es una experiencia muy fuerte y enormemente feliz. ¡Genera adrenalina y nos “empodera” a todos!

Lo que me gusta, tanto en mis visitas como en mi trabajo de curaduría, es mostrar, compartir, poner en valor la obra de otros, sean artistas consagrados o aún enfrentados a las poderosas dificultades – internas y externas-, que deben superarse para crear, difundir y hacer valer el trabajo  que realizan.

Creo que todo lo anterior se vincula, ahora, a mi entusiasmo con la tarea de poner en valor la Voz de las Personas Mayores, artistas de la vida, creadores de belleza.