«Sin mirar atrás»
En el relato de hoy queremos presentarte a Lilia, una pampeana que da cuenta de la diversidad de vejeces, pero, por sobre todo, su historia es también la historia de las mujeres que atravesaron los cambios políticos, sociales y culturales que tuvieron lugar en la segunda mitad del Siglo XX en nuestro país. Una historia que nos muestra esas pioneras que allanaron el camino para las nuevas generaciones.
Sin mirar atrás
A veces, si miramos atrás, nos damos cuenta del largo trayecto que llevamos recorrido. En mi caso, este camino se inició en La Pampa, en el año 53.
Soy la mayor de tres hermanos, de una familia que estuvo marcada desde muy temprano por la enfermedad: mi hermano tuvo polio, y luego, mi madre contrajo esclerosis múltiple a los 28 años. En este panorama, desde muy pequeña me tuve que encargar de tareas difíciles para una niña. Salía poco, me encanta la escuela y me pasaba los días leyendo y estudiando piano.
Al terminar el secundario ya estaba de novia con quien sería el padre de mis hijos. Me casé joven y ya casada, comencé la carrera de Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. Vivía a una hora de tren de mi trabajo, y luego iba a la facultad.
Sin embargo, las convulsiones políticas de la década del setenta, me impidieron terminar mi carrera, a diferencia de mi esposo que sí pudo terminar la suya.
Seguí trabajando incluso embarazada de mis hijas mellizas ¡Fui la primera mujer trasladada al Banco Nación, con una panza de siete meses! Pero debo reconocer que en ese universo de hombres, no tuve el mejor de los recibimientos, salvo por unos pocos compañeros jóvenes.
Cuando nació mi hijo varón dejé mi empleo en el banco y retomé los estudios de francés. Pero al poco tiempo mi esposo sufrió un infarto, y el diálogo que tuve con el médico en el avión ambulancia, en pleno viaje a Buenos Aires, me marcaron.
– Nena, ¿qué edad tenés ?
– 28 , doctor.
–Bueno, estás a tiempo de rehacer tu vida-.
Seguí estudiando, creé un instituto de idioma y me recibí de profesora de Francés. Estudiaba mientras mis hijos estaban en el secundario y mi marido trabajando. Tenía que viajar periódicamente, haciendo grandes sacrificios. Era un viaje que se hacía interminable, cursaba todo el día, dormía en el hotel y regresaba haciendo el mismo trayecto. ¡Agotador!
En paralelo, mi relación de pareja venía cada vez peor. Cuando mis hijos partieron a otras ciudades para estudiar, decidí separarme. Como mi sueldo era magro, no solo tenía horas en un secundario en mi ciudad, sino que tomé horas de cátedra en la capital de la provincia, dos días por semana. Mi primer viaje lo hice en mi Fiat 147. En el camino tuve que soportar una tormenta de piedra. Me guarecí bajo unos eucaliptos, después supe que eso era muy peligroso. Sin embargo, cuando pasó la tormenta, no podía parar de llorar, asi que desde ese día comencé a viajar en colectivo. Los sábados regresaba y daba clases en un terciario.
Notarán que con mi divorcio empezó una nueva vida, no sólo en lo personal sino en lo profesional. Obtuve varias becas de perfeccionamiento que me dieron la posibilidad de viajar a Québec y a Francia. Conocí a gente de todo el mundo y descubrí que mi pasión, aparte de mi profesión, es viajar.
Después de la división de bienes, vendí la casa y construí una nueva donde vivo sola: Una casa luminosa, cómoda, en un hermoso barrio.
Y seguí cumpliendo sueños ¡al jubilarme pasé varios meses en Francia! Viví siete meses en Europa, ¡una experiencia maravillosa! Alterné parte de mi estadía en Francia con diversas ciudades, viajes a otros lugares de Europa y fuera de ella. A los 63 años, desde ese momento, no paré más. Llevo recorridos 37 países, la mayoría de las veces he viajado sola.
Al igual que otras personas, el confinamiento me obligó a postergar un viaje previsto para este año, pero me dio la oportunidad de dar clases por Zoom en Bélgica. Tengo alumnos de varias nacionalidades que necesitan hablar francés, y este desafío me hizo compensar la relación personal que tenía con mis clases presenciales.
En estos meses, también pude disponer de mi tiempo para tomar clases de arte: collage, acuarela, y diversas técnicas. Descubrí que podía hacer cosas que nunca había imaginado. Para no descuidar el físico, camino y voy al gimnasio. Participo en un coro, suspendido -por el momento- por la pandemia y estudio inglés. Una vez al mes, colaboro en la cocina de un comedor comunitario donde preparamos viandas para un centenar de personas.
Por suerte, mi provincia no se ha visto tan afectada, y ha sido muy poco el tiempo en que no he podido ver a mis hijos, hermanos y amigas. Mis días transcurren apacibles, pero muy activos. Mi lema es Carpe Diem ¡y así vivo! Trato de disfrutar de cada momento como el mejor.
Lilia Noemí Carracedo (67 años)
General Pico, La Pampa
Si querés saber cómo participar, te invitamos a leer más acá. ¡Esperamos tu texto!