«El abrazo que sostiene»

Cita nos narra un día en el Taller de Tango y Parkinson en el Hospital Ramos Mejía de la ciudad de Buenos Aires.

Por Cita Litvak*

 

Liliana lleva unos tacos altísimos, rojos con detalles en negro. Es menuda, movediza.

Rubén sonríe con la mirada y ensaya un abrazo para comenzar, al compás de la música de la orquesta de Di Sarli, una nueva aventura tanguera.

No estamos en una milonga ni en un salón de baile.

Nos encontramos en una sala del primer piso del Hospital General de Agudos José María Ramos Mejía del barrio porteño de Balvanera, en la que los martes por la tarde, desde hace algo más de seis años, funciona el Taller de Tango y Parkinson.

Liliana es una paciente. Rubén es un voluntario.

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Llegué al taller con una idea muy vaga acerca de la enfermedad: tenía la imagen del temblor de manos que se suele percibir en algunos pacientes. Entonces consulté a la doctora Nélida Susana Garreto, neuróloga a cargo del área de Trastornos del Movimiento, de la división Neurología del hospital. Garreto me explicó que el Parkinson es una enfermedad de tipo neurodegenerativo, ocasionada por la pérdida de unas neuronas específicas del sistema nervioso que producen dopamina. La falta de dopamina ocasiona los síntomas de la enfermedad.

“Todavía no se sabe con exactitud cuál es la causa que genera la pérdida de estas neuronas -explica la doctora-, se piensa que puede haber tanto factores genéticos como ambientales implicados. El síntoma principal de la enfermedad es la lentitud del movimiento, tanto de los movimientos voluntarios -como caminar y realizar actividades habituales- como en los automáticos: el balanceo de brazos, la mímica, la frecuencia al parpadear. Además de la lentitud, hay algunos pacientes que pueden tener temblores y es en general con este síntoma cuando acuden rápidamente a hacer la consulta neurológica, porque les llama la atención”.

Reconozco haberme sorprendido acerca del temblor, que fuera solo una (y no la primera) de las diferentes alertas del Parkinson. La doctora me explica que cuando el temblor no está presente los pacientes notan la lentitud, y tal vez la interpretan como un problema traumatológico o de otra índole y hacen consultas con otros especialistas, en lugar de acudir al neurólogo.

“La enfermedad de Parkinson empieza en una de las mitades del cuerpo –continúa Garreto– o en el miembro superior o en el inferior, manifestándose en la lentitud. Lentitud para cepillarse los dientes, para escribir, para usar los cubiertos; también con el arrastre del pie al caminar y la falta de equilibrio. Además de estos síntomas motores, los pacientes suelen tener síntomas no motores, como por ejemplo la depresión, un síntoma que a veces precede al diagnóstico de Parkinson durante muchos años.

Garreto dice que se trata de una enfermedad frecuente, que puede padecer el 1% de las personas mayores de 60 años. No tiene cura, pero sí hay tratamientos farmacológios que ayudan a mejorar la calidad de vida de cada paciente. Y hay otros dos grandes pilares del tratamiento: la actividad física y la interacción social.

Qué mejor entonces que bailar tango con pares.

Los protagonistas

Rubén Jorge Santana es un vecino del barrio que se enteró por la radio de la convocatoria para ir a bailar con los pacientes y no lo dudó ni un minuto: “Me gusta mucho el tango, pero mucho más la tarea voluntaria, ayudar, colaborar”, confiesa.

Todos los martes Rubén cierra la mercería por una hora y llega a la clase, que abandonará después del recreo para volver al trabajo. Es la rutina que se impuso y con la que se siente muy feliz “Esto es un ida y vuelta -señala-, cuando salís de aquí te vas lleno de energía”.

Liliana Garay tiene 52 años y se le declaró el Parkinson hace quince. “Me cambió la vida para bien aceptar la enfermedad y empezar a vivir otra realidad”, cuenta. “Antes de eso hacía mucha actividad física, trabajaba mucho, estaba muy estresada”. A los 38 años, después de un parto, llegó el diagnóstico, aunque -aclara- la enfermedad se había empezado a manifestar diez años antes. Sabe que el Parkinson no es hereditario pero su padre y su abuelo lo padecieron.

Me llama la atención no percibir en ella dificultades en la marcha y más aún, verla desplazarse con tanta seguridad con esos tacos tan altos. Me explica que el tango y los ejercicios previos al baile, que se realizan en cada clase, le dieron herramientas para manejarse casi normalmente. “Me mejoró todo: equilibrio, concentración, coordinación”. El taller le cambió la vida, empezó a ir a las milongas, hizo amigos allí, relata todo con emoción.

Liliana baila muy bien, se ve como alguien que bailó toda su vida. Sin embargo, el primer contacto con el tango lo tuvo en el taller del Ramos Mejía. “Me enseñó Vero, una diosa” (Verónica Litvak una de las bailarinas que comenzó con el programa y forma parte del equipo).

 

Pilar Varela tiene Parkinson desde hace 20 años y llegó al espacio de tango a través de una de las neurólogas del Servicio. Explica las dificultades que hay en la marcha, que los pasos son cortos y de la dificultad de dar pasos para atrás. Ella no nota progresos muy importantes y sin embargo sigue asistiendo a las clases desde hace cuatro años y ¡llega en colectivo!

Pilar explica que el tema es cómo llevar la enfermedad. “¡Y yo la llevo bien! Si no, en veinte años me hubiera derrumbado; yo lo llamo Parki, es alguien que está siempre conmigo y conviene que nos llevemos bien”, reflexiona risueña. “Tomo la medicación, hago los ejercicios y él no me joroba, llegamos a un acuerdo”, agrega.

La clase

Hace mucho frío y llovizna. Van entrando al salón los participantes y comienzan a prepararse para la clase. Allí están Laura Segade y Juan Manuel Manuco Firmani, bailarines y profesores de tango que reciben con sonrisas, besos y abrazos a cada uno. Mientras dejan los abrigos, y entre más besos y caricias, van depositando sobre una mesa bolsas y paquetes con comida, gaseosas y jugos como para una fiesta de cumpleaños: lo compartirán en el recreo. Más tarde Laura, saboreando un sandwich triple de palmitos, lamentará haberse olvidado de que los martes no debería almorzar.

Me presento al grupo y ya me hacen sentir parte. Hay besos también para mí y convite de chocolates. El lugar sólo tiene unas sillas a los costados y un gran retrato del doctor Ramos Mejía que parece contemplar la escena desde una de las paredes del salón.

Comienza el ritual: cambio de calzado, tacos altísimos para algunas de ellas, botas más bajas para otras. Me quedo mirando a Manuco y el modo en que se calza sus zapatos de baile: es más que un acto rutinario, parece una ceremonia en la que todo su ser se conecta con la danza.

Liliana lleva calzas negras y remerón rojo brillante; un pañuelo en el cuello completa su arreglo. Pilar luce un suéter fucsia y pantalón azul con bordados al tono. Su cabello dorado de cuidadas ondas hace de marco a unos bellos ojos, perfectamente delineados. Ellas, casi todas maquilladas: mucho labio rojo, aros colgantes, coloridas pashminas. Ellos, con una para nada disimulada coquetería, reflejada en la elección de la ropa -algún pañuelo en el cuello o como adorno en el bolsillo del saco-, en el perfume y en el cuidado general. Se ve a todos los participantes “vestidos para salir”.

Ya es la hora y hay casi asistencia perfecta a pesar del mal tiempo .

Comienza la clase con una ronda. Tomarse de las manos es fundamental porque ayuda para el equilibrio, nos contarán los profesores. Siguiendo las indicaciones firmes pero muy cálidas de Laura y de Manu, los pacientes van repasando o aprendiendo los diferentes pasos. Se habla de “lápiz”, “adorno”, “pivot”, “cambio de peso”. Se hacen ejercicios de elongación y de respiración, se trabaja la postura, la coordinación; y a partir de allí, se arma el baile.

Trato de distinguir en las parejas quién es paciente y quién es voluntario sano. No logro darme cuenta, por más que lo intente.

La voz dulce y ahora divertida de Laura indica “mirando a Ramos Mejía, nuestro gurú”. Los participantes giran hacia el retrato, entre risas.

Manuco va formando las parejas. Son unas diez, y en general en igual número hombres y mujeres, entre voluntarios sanos y pacientes. Si falta algún “caballero”, algunas voluntarias “saben” la parte del hombre que es quien debe llevar a la “dama”, como lo marcan los códigos tangueros. Laura dice:

-Nos abrazamos

Y empieza la música y se arma la milonga. Las parejas cambian de compañero según indiquen los profesores. La idea es que se genere un lazo afectivo entre todos, que actúen como grupo. Generar vínculos es parte de la terapia.

Las músicas de Di Sarli, Pichuco, y D’Arienzo surgen de un sencillo reproductor. Mientras las parejas bailan, Laura va recorriendo la pista para identificar posibles dificultades concernientes a la salud, y Manuco se enfoca más en los aspectos de técnica. Se ve seguro al grupo, el ambiente es relajado, todo fluye entre “básico con contratiempo”, “cruce” o “pivot”. El clima va in crescendo hasta el cierre: una verdadera milonga con todos los firuletes y adornos.

El equipo

Manuco y Laura, bailarines y docentes, son los encargados de llevar adelante las clases. Todos los martes entre las 15.30 y hasta algo más de las 17, ofician de profesores y de parejas de baile si el número de participantes así lo pudiera requerir. El equipo se completa con voluntarios, algunos fijos, otros “golondrinas”. En general es gente que baila tango, hay también extranjeros.

“Lo más lindo es estar abrazados, caminando. Acá el tema es caminar” –explica Manu-, “el gran problema que tiene el Parkinson es la marcha, el equilibrio, de pronto ‘se freezan’ y no pueden seguir marchando, y es entonces que les damos herramientas para manejarse mejor”.

Laura se enfoca en los movimientos anormales, además de los de la técnica propiamente dicha. Lo hace en este taller y también en grupos de personas mayores y en enfermos con diferentes patologías.

Los pacientes que asisten a las clases deben tener una admisión a través del servicio de Neurología del hospital y hay un seguimiento continuo. Se hacen estudios e investigaciones. El conjunto de profesionales lo completan neurólogos, neuropsicólogos y fonoaudiólogos.

Los tres médicos que encabezan y dirigen el programa son las doctoras Nelida Susana Garreto y Tomoko Harakaki y el doctor Sergio Rodriguez.

El abrazo

El abrazo es un elemento fundamental en el tango. “Es un lenguaje”, explica Betina Bravo, nueva voluntaria y tanguera apasionada. “Este no es un abrazo como el que experimentamos habitualmente, es un abrazo con indicaciones específicas”. Cuenta que el modo en el que el hombre toma a su compañera es especial, que en ese vínculo físico surgen las indicaciones corporales como signos que dirigen los movimientos.

Para los pacientes del taller, el abrazo suma otro ingrediente: ayuda a la estabilidad, asegura una marcha más segura y logra que el paciente pueda dar pasos para atrás, una de las dificultades más comunes entre quienes padecen el Parkinson.

La clase llega a su fin. Continúan las risas y la charla. Se despiden “hasta el martes” con abrazos y ganas de volver a encontrarse. Son abrazos de tango, abrazos de compañeros, abrazos de apoyo, abrazos que sanan.

 

 

Quien escribe

Cita Litvak

Soy docente de profesión, pero más por vocación. Inquieta, siempre quiero aprender algo nuevo y me gusta compartirlo. Me define el carpe diem: quiero aprovechar al máximo todo lo que vivo. Soy conciente y agradecida de lo que tengo. Disfruto de mirar lo árboles y el cielo durante mis caminatas matutinas. Me gusta mucho leer, ver pelis en casa y en el cine.  Me encanta viajar, conocer lugares nuevos, visitar amigos. Soy mamá de tres hijos y abuela de seis nietos. Nací y vivo en Buenos Aires. Es mi cuarto año como voluntaria en la Fundación Navarro Viola y me siento muy bien trabajando con el equipo y con toda la gente que conocí, con la que aprendo y descubro nuevos mundos.