«En el aire, idealista, soñadora»

Compartimos la historia de vida de Martha, quien nació en Villa María, Córdoba hace 85 años y por muchos años lideró una fábrica de trajes de baño y ropa deportiva.

Por Susana Reca*

Llegué temprano. El aula estaba vacía. Hacía tanto calor que busqué un banco al lado de la ventana entreabierta. “¿Acá se dicta el taller de creatividad?”, me sorprendió una voz. Así la conocí, en febrero de 2012. Un perfume suave la envuelve. Armoniza los colores vivos -nunca estridentes- de su ropa con carteras y zapatos de buenas marcas que van siempre al tono, como el resto de los accesorios. El calzado bajo, por lo general taco chino. Las carteras, muy pequeñas y en bandolera “por seguridad y porque permiten otra libertad de movimientos”

Martha nació en Villa María, Córdoba, hace 85 años. Muy pronto se mudaron a Buenos Aires. Soñaba con ser maestra, pero al año de casada los padres se separaron y se vio en la necesidad de ayudar a su madre con “Destellos”, una pequeña fábrica de mallas de baño, ubicada en el primer piso de una antigua casona, en la esquina de Azcuénaga y San Luis. Un espacio pequeño, donde sobre una única mesa debían alternarse en distintos horarios todas las etapas de producción. Por la noche era su esposo quien operaba la máquina para cortar nuevas prendas mientras ella estaba embarazada de su primer hijo. Ahora funciona en esa sala un instituto de yoga. Tentada por la oportunidad Martha lo visitó con el pretexto de probar una clase. Así pudo acostarse en el piso, cerrar los ojos y deambular por los caminos de la evocación.

Comenzó por estudiar “sastrería y confección” y “diseño de figurines” con Pedro Lagarrige. A mediados de los años 50 debió viajar a los centros europeos de la moda para aprender “viendo trabajar a otros”, a “concebir diseños y empaparse en el origen de las tendencias” en los estudios de Italia, Alemania y Francia (Lago di Como, Colonia, Dusseldorf y Lyon, entre otros). Estos viajes se repitieron durante años. En cada temporada dejaba un espacio para las visitas al taller de Julio Le Parc, en París, de quien aprendió mucho y con quien entabló amistad.

La irrupción del Lycra obligó a estudiar las posibilidades de la elasticidad que ofrecía el nuevo material. Repensar diseños y moldería llevó a Martha a Hannover para aprender de “máquinas y nuevas tecnologías” y la lista sigue… interminable!

Entretanto, “Destellos” se transformó en Pimalú, marca que lideró el mercado argentino hasta mediados de los 70 y que aún sigue produciendo, ahora en manos de su hija Graciela. Norma Nolan, Adriana Constantini, Teté Coustarot, Graciela Alfano, entre otras lucieron sus mallas en las pasarelas de Buenos Aires y en campañas publicitarias. Recuerda especialmente uno de esos desfiles -que se realizó en la Confitería del Teatro San Martín- porque coincidió con el Cordobazo. El tema era tan preocupante que a falta de celulares –inexistentes entonces- casi todos los asistentes llevaban sus pequeñas radios portátiles con auriculares, para no perder detalle de lo que estaba sucediendo afuera.

Con el ingreso de Graciela a la empresa pudo dedicar más tiempo a cultivar la relación con sus nietos. Un día a la semana los llevaba al museo: de Bellas Artes, el de Quinquela Martín, de la Ciudad, Sarmiento, el Centro Cultural Recoleta, al Parque Lezama, plazas con esculturas o espectáculos adecuados a su edad. Primero los motivaba para que disfrutaran del arte a través del juego: seguía la explicación, anécdotas y fotos de la obra que más le gustaba a cada uno de ellos. Mariana la redactora, Gonzalo quien “descubría” las obras y Martha la fotógrafa. Programaban un largo rato para los juegos en la plaza y, por fin, la merienda prometida en alguna confitería, el momento propicio para el intercambio de impresiones sobre lo que habían visto. Los días de lluvia se quedaban en casa jugando a la “agencia de viajes” que planeaba recorridos con ayuda de las fotos y las experiencias vividas.

A medida que los nietos fueron creciendo el programa de las salidas cambió a comedias musicales, el Teatro Colón, teatro en el San Martín… hasta hoy, que ya son adultos. Ahora es Martha la que ve un partido de fútbol del equipo preferido de su nieto –aunque no le interese mucho- para tener un tema de actualidad para hablar con él. Es Martha la que acompañó la carrera de su nieta, hoy diseñadora en Pimalú, compartiendo lecturas y trabajos, enseñando y aprendiendo. Aún hoy continúa interesándose en cada nueva experiencia que ella emprende. Con menor asiduidad que cuando eran pequeños, Martha los invita al teatro con sus parejas, les da tres o cuatro títulos para “elegir por votación” y son los nietos quienes invitan la cena a su abuela.

Está retirada, pero todavía sigue aportando ideas para los diseños. Suele hacer el primer molde de los nuevos modelos y a veces la escala de talles. La “mesa de corte” todavía ocupa el espacio principal en una sala de su casa. Martha mantiene un rol importante como consultora de la empresa familiar.

“Mi casa es muy despojada”, dice. “Sólo conservo lo que necesito: los libros, en particular de arte, un cuadro de mi autoría, uno de Carlos Alonso –regalo del autor- algunos de mi hija, cartitas de mis nietos enmarcadas entre dos vidrios y un collage que resume el álbum de fotos familiares. Nada que no me aporte un recuerdo”.

Continúa cultivando su gusto por el arte, especialmente la pintura y la música, lee mucho, le gusta y sabe de cine. Investiga cuanto tema llega a sus manos. Asiste a espectáculos teatrales y conciertos, en especial los que organiza su vecina, Julia Manzitti, de 82 años, reconocida docente de canto lírico.

Ahora camina lento. Recurre a la seguridad de un bastón cuando sale a la calle, pero aun así elige viajar en colectivo. No le gusta cocinar. Ya no recibe en su casa, excepto hijos y nietos. Prefiere salir. Programa los encuentros en algún café, restaurante, teatro o museo, según el caso. Le gusta salir y compartir con otras personas; si son algo más jóvenes que ella y actualizadas, mucho mejor.

Martha sonríe siempre, aun con la mirada. Hacia el final de este encuentro me muestra una escultura de Violeta Lemme que le regaló su esposo y me dice: “Apenas la vi me enamoré, sentí que me representa: en el aire, idealista, soñadora.”

 

Susana Reca

Nací en Moreno, igual que mis padres y mis abuelos paternos, en una época hermosa en que los chicos podíamos jugar en la vereda, dar la vuelta a la manzana en bicicleta o cazar mariposas en medio de la calle sin ningún temor.  En la que la escarcha blanqueaba el césped de las casas cuando caminábamos hasta la escuela y había sabañones en las manos de mi compañera de banco.

De las muñecas pasé a los bailes en las casas, después clubes, las discotecas y  cuando quise darme cuenta  me había casado mientras estudiaba en la Escuela Nacional de Bibliotecarios. De inmediato nos mudamos  a la Ciudad de Buenos Aires, que adopté sin dudar, y entré de lleno en la danza de la vida.

Entre marchas y contramarchas, giros, zapateos y floreos se sucedieron las hijas, los viajes, nuevos títulos, las becas y los proyectos… hasta que esa “tanda” terminó. ///llegó el momento de calmar.

Ahora bailo lentos, siempre con el mismo compañero. Mientras veo caer de a poco las primeras hojas de mi otoño  abro los libros de mi mundo interior. Reencuentro en sus páginas mi amor por la naturaleza, los cielos, las flores silvestres; el entusiasmo por  la escritura, la acuarela y la fotografía; la familia y los amigos, los que están, los que partieron y los que acaban de llegar, como mi nieta, que colma de alegría mis días.