Adriana Gurini es una mujer audaz, valiente… habita la certeza de que la vida es hoy. Y por eso, su vivencia en Voces Mayores. Un relato potente que pone en perspectiva algunas de las creencias que asumimos sin cuestionar y nos invita a disfrutar de nuestros deseos y anhelos por más pequeños y austeros que sean o parezcan. En definitiva, aprender a envejecer es justamente aprender a ocuparnos de nuestras potencialidades y desplegarlas hasta cumplir con nuestros sueños. 

Ni ayer, ni mañana

Me levanté esa mañana, y al salir de la casa, casi al borde de la barranca, la montaña de enfrente se me venía encima y con ella los cientos de cardones. Esa noche una familia de zorros había estado merodeando. Al rato escuchamos el agua correr por la acequia que pasa rodeando la casa. Debíamos acostumbrarnos a ese ruido, como al silencio que lo abraza al cortar el agua. Después del mediodía, con sus caritas brillantes y sonrientes llegaron Franco y Sole de 11 y 7 años a quienes ayudamos con las tareas escolares y por la tarde Catalina nos enseña a bailar zamba.

Y ahí vuelvo a verme con 62 años. A 2250 metros sobre el nivel del mar en una montaña con mi casita de adobe, ¡entre cardones y acequias! Yo, una pampeana erudita en horizontes infinitos, como todos los pampeanos, que siempre había soñado con montañas más que con el mar. Y aquí casi empieza este relato, de adelante para atrás. Cuando cuento que voy a mi casa del norte, una pampeana que se fue a estudiar a la universidad en Buenos Aires y desde allí viajar más de 1000 km para disfrutarla. Todos nos creen un poco locos.

Pero de eso se trata la vida para mi, de creer en nuestros sueños y alcanzarlos, aún con sencillez. Desde los 50 años comenzamos con mi marido a replantearnos cómo seguir la vida, así que al llegar a los 60 ambos sabíamos qué queríamos y cómo sería el camino por delante. A los dos nos quedaban cinco años para jubilarnos (los psicólogos nos jubilamos a esa edad) Ya no queríamos más esfuerzos, más acumulación ni más exigencias. ¡Era hora de cambiar de rumbo!, nos dijimos y… por suerte, el sentimiento era parejo . Él dejaría un  buen trabajo en una empresa y yo una profesión que disfruté y me dio muchas satisfacciones. A partir de los 60 emprendimos nuestra aventura. Hicimos paradas en provincias que amamos, como Córdoba, obviamente La Pampa y luego el bello norte argentino hacia la casita de adobe. 

Ahora, tengo 68 años. Claro que he vivido amores y desamores, dolores y bendiciones. Pero hay una cosa que marcó mi vida: y fue la partida de mi madre a muy temprana edad, ¡para ambas! Ella construía el sueño de su vida…una casa nueva, y la pudo disfrutar un año. De esa experiencia dolorosa he llevado siempre esta marca: «no me quiero perder nada». Porque a mis 14 años aprendí: que las casas son para usarlas, la ropa para ponérsela, los adornos para lucirlos, las ilusiones para concretarlas -en la medida que se pueda- pero sin postergación. Repetidamente he usado la frase de Neruda «Confieso que he vivido.» Cuando mis dos hijas me escuchaban decirla se alarmaban y  me decían: «mamá no digas así ,sos joven”. 

A lo que siempre me refería con esa frase, hasta el día de hoy, es a poder decir al acostarme cada día: ¡hoy …puedo confesar que he vivido! Ahora,el mundo está paralizado y con él, nosotros. No me desvela el parate. Hablo con mis muchos amigos del norte, y con ellos, recorro los lugares. Jujuy, Salta y Tucuman son ahora parte nuestra, disfruto de mis amigas de toda la vida aunque sea por whatsapp. Hacemos caminatas, refresco mi inglés,  pinto y… ¡juego con mi nieto!

Él tiene dinosaurios imaginarios y yo también. Los de él son carnívoros y los míos hervíboros que, por supuesto, son comidos por los carnívoros (ja!, ja!, ja!) pero: shhhhhhhhh no digan nada a nuestros dinosaurios también les comparto que la vida es hoy, que no deben perderse nada…¡aunque sean imaginarios!. 

Adriana Gurini

68 años

Nació en Gral. Pico, La Pampa.
Actualmente vive entre Escobar (Bs.As) y El Pichao (Tucumán)